Entre lo kitsch y lo kawaii


La escultura instalada en plena Plaza de Armas de Trujillo no es el tiburón del artista Damiel Hirst, que causó controversia en el arte contemporáneo. Tampoco es la representación de una especie en peligro de extinción de nuestro mar peruano ni tampoco es un mensaje ecológico. El tiburón azul, mostrando su doble hilera de dientes, es el símbolo de la degradación de la gestión pública, el epítome del desprecio de las autoridades municipales a la ciudadanía.

Aunque el actual alcalde de Trujillo no empezó con esta degradación de los espacios públicos. Recordemos a un alcalde aprista que transformó la avenida América en un bulevar de la “cultura del concreto”, y colocó a Víctor Larco sobre un mamotreto parecido a una tabla de clavados, o las piletas de APP en toda la ciudad, convertidas ahora en basureros o baños públicos, donde corre cualquier líquido, menos agua. Estos proyectos más cercanos a la cultura kitsch que de una política urbanística, es la demostración que nos gobiernan desde hace varios años el capricho, la improvisación y la corrupción, sin importar el despilfarro del erario público, en desmedro de una planificación de la ciudad.

Sumado al tiburón, como parte de una campaña informal de venta de patitos kawaii, una tendencia popular de la superficialidad y de ternura, se ha instalado en el perímetro de la plaza un pato inflable de tres metros, que no le incomoda a quienes administran los espacios de la ciudad. El espacio público se gestiona, no se destruye, como parece empeñado el alcalde en su delirante egocentrismo, al tomar decisiones populistas. En poco tiempo, la plaza principal se ha transformado en la extensión de su personalidad: bulliciosa, desordenada y kitsch. ¿Qué vendrá después? ¿La instalación de un inflable con el rostro del alcalde en versión kawaii?

Columna publicada en el diario Correo. 20 de octubre del 2023.

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